Un compañero, al que estimamos y respetamos mucho nos preguntó qué celebramos en el juicio Avellaneda, dadas las carencias de la sentencia, el modo en que fueron revictimizados los testigos durante el juicio y lo mucho que queda de la impunidad en general y en lo concerniente al Centro Clandestino de Campo de Mayo, en particular.
Así pues, pensando en él, es que ensayamos estas líneas para ser leídas en este acto.
En primer lugar celebramos la credibilidad de la familia Avellaneda, de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y del Partido Comunista.
Así, unidos los tres, como unidos sufrimos los golpes de la dictadura y resistimos en las condiciones y con los saberes que teníamos entonces, como se resiste siempre, como pudimos y como supimos, el secuestro de Iris y la muerte de Floreal.
Celebramos porque la credibilidad no se gana en un segundo.
Cuando uno mantiene la palabra y actúa en correspondencia a ella, es visualizado como alguien coherente, pero cuando mantiene esa coherencia por treinta y tres años, construye credibilidad[2].
Y nosotros nos ganamos el derecho a ser creíbles, al menos en el caso Avellaneda, porque sostuvimos la denuncia en todas las circunstancias políticas nacionales e internacionales, en todos los momentos del debate de los organismos de los derechos humanos y de las fuerzas políticas de izquierda, antes, durante y después de la caída del Muro de Berlín.
Siempre dijimos que a Floreal lo secuestró un grupo de tareas, que pasó por la comisaría de Villa Martelli y por el Centro Clandestino de Campo de Mayo, que un policía de nombre Aneto y apodo Rolo participó en los hechos y que la orden de todo la había dado el General Riveros.
Y todo eso fue dado por cierto por el Tribunal Oral en su fallo, más allá de las calificaciones penales sobre los responsables que no cubren nuestras expectativas y en muchos casos son contradictorias con la propia lógica del fallo, pero eso es harina de otro costal.
La Justicia ha fallado que Iris tenía razón, que lo dijo está probado y es verdad y como dice Foucault “el derecho genera verdad” al menos en lo que Gramsci llamaba el “sentido común”[3] que es el más extendido de los saberes.
O dicho de otro modo, ahora somos tan coherentes y creíbles como siempre pero hay una parte mayor de la sociedad que nos cree.
Esta es una batalla ganada contra quienes querían mantener el Juicio por Floreal entre cuatro paredes y sólo para los especialistas del derecho. Por nuestra testarudez y convicciones, por la decisión de algunos comunicadores, y ahora quiero nombrar a Adriana Meyer de Pagina 12 y a Paloma García del Canal Público, el juicio rompió los límites del Tribunal Oral de San Martín y llegó a miles y miles de argentinos que supieron del Negrito, de Riveros y de nosotros.
Y tengan seguro que nuestra credibilidad, está mayor credibilidad ganada en el Juicio, estará al servicio de la lucha contra todas las impunidades de ayer y de hoy.
En segundo lugar celebramos el crecimiento de nuestra fuerza en esta larga lucha.
Crecimos porque una noche de domingo, en la vigilia previa al inicio del Juicio, el Negrito decidió volverse con nosotros y volver a caminar con su familia y con la FEDE a la que él tanto amaba. Porque decidió que ya era hora de caminar con su madre y su padre, con sus hermanos y sus sobrinos, con sus compañeros de la FEDE y sus abogados, con los militantes de todos los organismos de derechos humanos y de la Central de Trabajadores, con todos los que le hicieron el aguante durante el Juicio.
Y con el Negrito han venido cientos de jóvenes que se sintieron convocados a luchar por las mismas banderas y sueños que el Negrito, en otro tiempo histórico, cierto pero no menos convocante y desafiante que el de los 70.
Crecimos porque no solo podemos mostrar coherencia y credibilidad, consecuencia y trayectoria, sino porque una nueva camada de militantes se hace cargo de la larga lucha contra la impunidad. Una camada de abogados no mayores de treinta años, menores de cuarenta en todo caso, viene ocupando el lugar que antes ocuparon Julio Viaggio y Adolfo Trumper, Atilio Librandi, Beinusz Smuzcler, Alberto Pedroncini o Carlos Zamorano.
Guadalupe litigó en el juicio por Echecolatz y Von Wernich en La Plata, Melina, Sabrina, Oli y Pedro lo hicieron en el juicio por el Negrito y lo hacen cotidianamente en la Capital y San Martín, Jessica, Daniela y Leticia actuarán en el juicio contra Brusa en Santa Fe y por Quinta de Funes en Rosario, Ataliva será nuestro abogado en la causa Margarita Belén en el Chaco y así de seguido.
Son la avanzada de una generación de militantes con matricula[4] que en los próximos años constituirá, y lo digo sin jactancia, uno de los mejores equipos jurídicos para la lucha por los derechos humanos, sobre todo porque seguirán con ellos Jorge Brioso, Gerardo Etcheverry, Héctor Trajtemberg, Liliana Mazea, Carlos Zamorano y tantos que han sostenido la lucha jurídica de la Liga en estos años.
Y en tercer lugar celebramos que todos hayan sido condenados y condenados a pasar su condena en cárcel común.
¿Quién hubiera pensado en esa noche terrible de abril del 76, en que Iris oía los gritos desgarradores de Floreal, que treinta y tres años después un General de la Nación, mejor dicho, dos Generales de la Nación, que llegaron a ser Señores de la Vida y de la Muerte, Jefes del Terrorismo de Estado aquí y en América Latina, estuvieran sentados en el banquillo de acusados y condenados por el crimen de un joven militante de la FEDE de apenas quince años y casi desconocido por casi todos en aquellos años?.
No somos ingenuos ni desconocemos las carencias del fallo, que estudiaremos y apelaremos si así se considera pertinente, pero tampoco estamos tan locos para no saber que cuando ganamos ganamos y que cuando perdemos perdemos.
El día que nos desaparecieron a Julio López no tuvimos dudas en que nos habían pegado duro y donde nos duele. Todavía recuerdo que Lupe estaba en el local de la Liga cuando nos confirmaron su desaparición… Y nos sigue doliendo porque Julio sigue desaparecido y vamos para los tres años.
Y el día que le dieron perpetua a Riveros, levantamos el puño y gritamos con alegría. Como nos enseñó el Che: sentimos como propia cada derrota que nos propina el imperialismo, donde sea que fuera y celebramos como propia cada victoria contra ellos, incluso las que ganamos nosotros.
Por eso termino con algo de Benedetti que dice todo esto mejor que yo
Usted preguntará porque cantamos.
Cantamos porque el río esta sonando
y cuando suena el río suena el río
cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino
Cantamos porque el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo
cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos.
Cantamos, agrego yo,
porque cuando nadie se acuerde del nombre de los Generales genocidas y mucho menos de los policías torturadores, cuando no quede ni polvo del polvo de los huesos de los asesinos todavía el Negrito será barco y será calle, será plaza y será escuela.
Y un niño, es mi sueño, correrá con los pies descalzos por las calles de una Argentina liberada con una remera sucia y gastada que tenga en su pecho el nombre del Negrito para que todos sepan que el sueño eterno de ser libres es invencible, como invencible fue la verdad que sostuvimos en este juicio.
José Ernesto Schulman
[1] Texto leído en el acto conjunto de la familia Avellaneda, la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y el Partido Comunista en celebración de la condena a los enjuiciados por el TOF San Martín por el crimen de Floreal Avellaneda realizado el miércoles 19 de agosto
[2] Este concepto se lo debo a Alfredo Grande, con quien discutimos estos temas desde hace años
[3] Para Antonio Gramsci el “sentido común” es una categoría clave en la dominación cultural, por medio del cual las clases dominantes “naturalizan” sus concepciones logrando que las clases subalternas piensen que lo pensaron ello o que siempre fue así. Que el Derecho es justo es un pilar del sentido común burgués. Para los revolucionarios, el Derecho no es otra cosa que la voluntad del Poder hecha ley y sólo la lucha popular puede modificar tal sentido clasista de la Justicia.
[4] Termino que popularizó entre nosotros Guadalupe y hace honor a la historia del Toto Zimerman
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